A una década de su estreno, “Amour” (2012), doceavo largometraje del austriaco Michael Haneke (1942), uno de los genios indiscutibles del cine contemporáneo, sigue siendo una de las películas más devastadores que he visto en mi vida.
Pero decir lo anterior es quedarme corto, ya que “Amour” es antes que nada una profunda experiencia estética que encara con insólito valor los nexos indisolubles entre amor y muerte y que desborda los límites de la pantalla, o sea los límites de la representación filmica, y me lleva a pensar en lo que mi querido Javier Cercas escribe en "El punto ciego" (2016): "La mejor literatura no es la que suena a literatura, sino la que no suena a literatura; es decir: la que suena a verdad. Toda literatura genuina es antiliteratura."
Muestra depurada del anticine que Haneke practica con enorme rigor artístico desde sus inicios con la perturbadora “El séptimo continente” (1989), “Amour” se constituye así pues como una rebanada de verdad humana que acude a una suerte de ascetismo argumental y visual para narrar el descenso al infierno de la enfermedad y la vejez por parte de una pareja octogenaria encarnada por Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, quienes continúan portando los nombres propios que son ya una marca de la poderosa filmografía hanekeana: Anne y Georges.
Con esta película ocurre algo milagroso: uno se olvida de estar viendo cine para ingresar de lleno, como si fuera el espía oculto de la magistral “Caché” (2005), en una intimidad claustrofóbica donde se han aposentado las sombras pavorosas de la decrepitud física y mental.
Michael Haneke ha conseguido con “Amour” no sólo otra de sus obras maestras sino una experiencia pródiga en detalles tremendos (la pérdida del lenguaje sufrida por Anne, la caza de la paloma intrusa emprendida por Georges) que se instala en nosotros como parte de nuestra vida.
El reto que Michael Haneke enfrentaba para producir su siguiente película al cabo de “Amour” (2012), indiscutible obra maestra, era grande, pero su sagacidad igualmente enorme le permitió salir bien librado con “Happy End” (2017).
“Happy End” echa mano del sesgo irónico patente en el título de las dos versiones de la terrorífica "Funny Games" (1997 / 2007). Es una secuela heterodoxa de “Amour”, ya que acude a los mismos personajes de esta (Anne y Georges Laurent) aunque con algunos ajustes fundamentales.
Jean-Louis Trintignant continúa siendo Georges pero Isabelle Huppert, que interpretaba a Eva (la hija de la pareja octogenaria) en “Amour”, pasa a ocupar el lugar de Anne, que antes correspondía a Emmanuelle Riva, transformada ahora en una nueva encarnación de la hija de Georges.
El sitio de Eva es concedido a Eve (la asombrosa Fantine Harduin), sobrina de Anne, una niña depresiva y precoz de trece años empeñada en descifrar la realidad a través de inquietantes grabaciones efectuadas con su teléfono móvil que remiten por supuesto a “Benny's Video” (1992).
Por último, Geoff (William Shimell), el marido británico de Eva en “Amour”, se convierte en Lawrence (Toby Jones), el prometido británico de Anne.
Armado con esta inteligente caja de resonancias fílmicas y nominales, y con un humor fino y glacial que posibilita la entrada de cierto aire satírico a la trama, Michael Haneke emprende la disección de un clan burgués en decadencia que debe lidiar tanto con la culpa de clase detonada por la inmigración (tema abordado en “Code inconnu” y “Caché”) como con la hipocresía marital, materializada por las infidelidades del padre de Eve (Mathieu Kassovitz), y con el impulso suicida que Eve hereda de su madre y termina por compartir con su abuelo Georges.
Autoría:
@LitPerdida
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